miércoles, 6 de octubre de 2010

INMIGRANTE Y HUERFANA



“El Señor protege a los inmigrantes,
Cuida a los huérfanos y a las viudas,
 Y les amarga la vida a los perversos”.
SALMOS 146-9

Entre los desamparados de la tierra figuran los hambrientos, los encarcelados, los oprimidos, las viudas, los huérfanos, los inmigrantes por mencionar algunos. La magnitud de sus desgracias ha alcanzado un grado tal que los poderosos de la tierra son incapaces por si mismos de llevar remedio a ellos. Solo Dios puede darles consuelo; impartirles la justicia, la paz y la esperanza.
 El domingo comí con ella; Clara Isabel es una hermosa joven de origen extranjero. Ella y su mamá emigraron de Guatemala cuando ella contaba con 6 años de edad. Para su madre el sueño americano nunca se pudo concretar. Con hambre y necesidades, decidió trabajar en una de las comunidades istmeñas. El tiempo se alargó y por más que intentó nunca pudo viajar al norte. A los pocos años, la muerte la sorprendió, dejando en la orfandad y el desamparo a Clara Isabel. Cualquiera puede imaginar el dolor y la preocupación de esta madre al dejar sola y en un lugar extraño a su pequeña hija.
Narrar aquí los sufrimientos de la niña sería imposible; la vida se le volvió imposible. Quienes se supone que se encargarían de cuidarla, la hicieron sufrir cruelmente. Al llegar a la adolescencia tomó la decisión de casarse con un lugareño. Tiempo después partió juntamente con su esposo a realizar el sueño americano inconcluso.
Al llegar a los Estados Unidos trabajó incansablemente. Reunió un pequeño capital y asesorada por una buena mujer (su suegra), quien se dedicó a cuidarle sus ahorros; decidió regresar sola a la humilde comunidad donde había enterrado a su mamá.
 Clara Isabel se estableció en la bulliciosa comunidad; rentó dos locales e invirtió sus ahorros en dos prósperos negocios. Adquirió un permiso, compró un taxi y lo puso a trabajar; convirtiéndose en una excelente comerciante.
Ahora es parte de la nueva congregación que estamos levantando en esa comunidad. Los domingos muy temprano llega a la casa rentada para los cultos, con un gran ramo de rosas y flores. Arregla los floreros, va de prisa a supervisar sus negocios y regresa para adorar al Señor.
La observo y mi corazón se regocija, soy feliz cuando la oigo cantar canciones rancheras para nuestro Dios, porque en ella puedo ver claramente la manifestación de la gracia y la misericordia del Señor. Verdaderamente Dios cuida de los desamparados; y estoy segura que Dios tiene grandes proyectos para su vida.

“Dios se encarga de hacer justicia a las viudas y a los huérfanos. Él ama al inmigrante dándole pan y vestido. Tú también debes amar al inmigrante”.
Deuteronomio 10:18-19

Lic. Elizabeth Gurrión Matías

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