jueves, 21 de octubre de 2010

LA SIRVIENTA Y EL GENERAL


“Naamán era un general del ejército de Siria,
Era un hombre importante, poderoso y muy valiente; pero era leproso”.
II Reyes 5:1

Para muchos, el éxito consiste en ser importantes, famosos y poderosos. Sin embargo a los ojos de Dios, el éxito se basa en ser reconocidos y aceptados por Él.
Siria era el vecino de Israel al noroeste, siempre tuvieron problemas. Cuando Siria creció en poder guerreó contra Israel, apoderándose en varias ocasiones de miles de israelitas; llevándoselos cautivos. Entre estos cautivos estaba una pequeña que pasó a ser sirvienta de la esposa de un general del ejército de Siria muy importante y valiente, llamado Naamán.
 Mientras desempeñaba sus labores como sirvienta, la pequeña se dio cuenta del problema que tenía su patrón; estaba enfermo de lepra. La lepra muy similar al Sida de hoy, era una de las enfermedades más temidas en esa época; contagiosa y mortal.
 Muchos de los leprosos eran forzados a salir de las ciudades, y dejar a su familia. Posiblemente la lepra de Naamán estaba en sus primeras etapas y nadie se había percatado, excepto su familia y la pequeña sirvienta. Ella, segura del poder de Dios, se acercó a su patrona y le dijo:
“En mi país, hay un profeta de Dios, si él ora por mi patrón, sanará”.
Entonces Naamán pidió cartas a su rey y se dirigió con ellas al rey de Israel; quien afligido pensó que esto era un pretexto para iniciar una nueva guerra. Pero Josué, el profeta de Dios se enteró y mandó decirle al general que se zambullera siete veces en el río Jordán, y así sanaría.
Acostumbrado a dar órdenes, a recibir un trato preferencial, el general se indignó, pues el profeta no salió a recibirlo. Bañarse en un río no era gran cosa, pero el Jordán era un río pequeño y lodoso, y esto era humillante para alguien de su categoría. Sus asistentes lo persuadieron, y el orgulloso general tuvo que humillarse y obedecer el mandato del profeta. Después de sumergirse en el río siete veces, su piel se volvió tierna como la de un bebé.
La Biblia compara la lepra con el pecado. La gente aparenta estar bien, pero esconde su enfermedad detrás de una careta. La soberbia y el egocentrismo del hombre no le permite aceptar que la cura para el  pecado es simple: SOLO CREER EN JESUCRISTO. Al igual que Naamán, necesitamos humillarnos y obedecer el consejo de Dios, recibir su misericordia, el perdón de pecados y la vida eterna.

“Lávate en la sangre de Jesús y serás sano”

Lic. Elizabeth Gurrión Matías


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